I

Manos enfundadas en guanteletes abrieron de golpe las puertas frontales de la posada. Remolinos de arena, cual listones flotantes, se colaron al interior del área común. Reiter dejó de mover su escoba y se quedó pasmado. En el crepúsculo, lo único que podía ver el muchacho era una silueta erguida bajo el umbral.

Por unos instantes, sólo el incesante ulular de la tormenta de arena rompía el silencio.

La figura dio un paso al frente y su armadura emitió ruidos metálicos. Una túnica blanca con un símbolo extraño cubría la coraza del recién llegado, pero fue su arma lo que llamó la atención de Reiter. Una pequeña cadena que pendía de una empuñadura y remataba en una cabeza con púas de apariencia hostil. El hombre, cuyos pasos sacudían el suelo de madera de la posada, cargaba también un escudo enorme, mucho más alto que el mismo Reiter. La figura con rostro de hierro se volvió para mirar al muchacho.

Reiter estaba demasiado asustado como para echarse a correr, así que aguardó con la mirada clavada en el recién llegado.

El hombre se llevó una mano al yelmo y se lo quitó. Cabello café, largo y suelto, cayó sobre sus hombros. Él, no… ella. ¡Una mujer! La boca de Reiter se abrió desmesuradamente. El muchacho jamás había visto una armadura tan detallada y atemorizante en su vida, ni siquiera entre la guardia de élite de los mercaderes que cruzaban el pueblo. Asimismo, éstos siempre eran hombres. Bueno, eso suponía Reiter pues tampoco había conocido a muchos.

La mujer tosió y salió arena de su armadura. ¿Viajaba pese a la tormenta de arena? Locura. Ella miró a Reiter y sonrió, una expresión amable y dulce. —Déjame adivinar —dijo—, ¿eres hijo del posadero?

Reiter tragó saliva y asintió. —¿Padre? —Dijo sin quitarle los ojos de encima.

Un resoplido surgió desde el segundo piso de la posada. —Ey, muchacho? ¿Ya terminaste de barrer?

—Tenemos huéspedes.

—No con este clima —respondió mientras descendía por las escaleras—, de qué dem… oh. —Su acento de barrios bajos se desvaneció al instante y fue reemplazado por una disposición cálida, lenguaje que reservaba para los huéspedes. —Mil disculpas, caballero… quiero decir, dama. No esperaba visitantes el día de hoy, al menos no con esta tormenta. —Su acto encantador se vio perjudicado por las miradas nerviosas que echó a la armadura de la mujer. —Bienvenidas a la Posada Oasis, ¿desean una habitación?

¿Dos? Reiter miró a su alrededor. No había visto a la acompañante de la mujer, una muchacha ataviada con ropaje sencillo. Era más joven, como de la edad de Reiter. Su piel se encontraba algo enrojecida por el viento, pues no llevaba armadura, y tenía arena en el cabello. Reiter decidió que podía ignorar eso.

La mujer recargó su escudo en el suelo con delicadeza. —He escuchado rumores de tu gusto por los libros y que permites que tus clientes los lean, ¿es esto cierto?

¿Libros? ¿Éstas dos viajaron pese a la tormenta de arena en busca de libros?

—Es verdad, dama —respondió su padre—. Hay quienes dicen que mi posada tiene la mejor biblioteca de Kehjistán, sin considerar Caldeum, claro.

Ella sonrió. —En tal caso, nos gustaría pasar un tiempo aquí —dijo—, pero con una condición. No me llames dama, mi nombre es Anajinn.

—Por supuesto, da… ¡Anajinn! Tenemos muchas habitaciones disponibles en la Posada Oasis el día de hoy. —El padre de Reiter extendió los brazos en un caluroso gesto. —Pocos tienen el valor de viajar con este clima.

La muchacha rió. —Valor, sí seguro. Atrapadas en una tormenta de arena. Ya puedo escuchar a los poetas abalanzándose para componer sonetos sobre nuestra valentía infinita. —Reiter le esbozó una sonrisa y ella, después de mirarle por un momento, se la devolvió educadamente.

Anajinn sonrió de oreja a oreja. —Quizá nos sorpendió. Tal vez habríamos llegado hace unos días si cierta aprendiz fuera capaz de aguantar el paso.

—Quizá cierta aprendiz no insistió en explorar todas las cavernas del desierto —respondió la muchacha.

—Es posible. —Anajinn se quitó uno de sus guanteletes y lo volteó. Una pequeña cascada de arena cayó sobre el piso de madera. Reiter frunció el ceño, iba a tener que barrer eso. —Fue productivo, no obstante. —Agregó secamente Anajinn.

El posadero ladeó la cabeza, pero no hubo mayor explicación. —Bueno, estoy seguro de que ustedes dos tienen sed y en la Posada Oasis siempre hay agua fresca —dijo el padre de Reiter. —¿Reiter? ¿Puedes traer dos vasos para nuestras huéspedes? —El señor hizo una pausa mientras miraba al muchacho. —¿Reiter? —Chasqueó los dedos con fuerza.

Reiter se irguió al instante y dejó de mirar a la aprendiz. —Agua… sí, padre. —El muchacho tomó dos vasos, abrió la puerta con bisagras que se encontraba en el suelo y metió cucharones en los toneles de agua.

El joven se alegró de estar oculto detrás de la barra por el momento. La acompañante de la mujer en armadura… Reiter apenas y podía suprimir su sonrisa. La aprendiz tenía cabello más claro, casi rubio, y largo que el de su maestra; ojos radiantes. La curva de su barbilla se fundía con su cuello de manera elegante… incluso le ofreció una sonrisa. Fría, pero una sonrisa al fin y al cabo.

Le gusto —pensó el muchacho.

Reiter les extendió los vasos a las mujeres, quienes los vaciaron de inmediato. Él se quedó mirando a la joven y ésta le lanzó una mirada inquisitiva. Reiter desvió la vista.

—Síganme, las conduciré a su habitación —dijo el padre de Reiter.

—De hecho, me gustaría ver la biblioteca en este momento —dijo Anajinn—. ¿Tienes libros sobre la ciudad de Ureh?

La mujer se quitó la armadura y siguió al padre de Reiter hasta la biblioteca, mientras que su aprendiz permaneció en el área común. —¿Podrías traerme un trozo de tela y un tazón de agua pequeño? Vale más que me ponga a limpiar. —Dijo la joven.

—Seguro —Reiter sacó de atrás de la barra lo que le había solicitado.

La aprendiz habló de nuevo. —Pensándolo bien, no te preocupes por la tela. Usaré un trozo de mi camisa.

—No hay problema, tenemos suficiente.

—No voy a devolvértela; no querrás que te la devuelva. Tendré que quemarla cuando termine. —Dijo la aprendiz.

—Está bien —Reiter regresó con el tazón y la tela. Luego le extendió su sonrisa ganadora, la cual hacía que la hija del tendero de la tienda cercana le hiciera ojitos. Su nombre era Bea. Reiter enloquecía a la chica local. —Tenemos suficiente.

—Gracias —dijo la aprendiz. Su técnica de limpieza era extraña, pues sólo metió dos dedos al tazón de agua y no permitió que más de un par de gotas tocaran la tela. Posteriormente comenzó a restregar la coraza, una pieza de metal grueso con grabados intrincados.

Reiter se sentó a su lado. —¿Te puedo ayudar?

—No, gracias.

El muchacho asintió y se inclinó hacia adelante. —¿Qué significan esos símbolos? Parecen ser marcas de Zakarum.

—Lo son.

Reiter estaba impresionado. —¿En serio? ¿Tu maestra es una paladín? He visto a muchos paladines cruzar el pueblo y ella es mucho más hermosa que la mayoría. —Entonces, sintiendo que era el momento idóneo, agregó. —Y tú también.

Ella le ofreció otra sonrisa fría. —Anajinn no es una paladín.

Reiter asintió de nuevo, no le importaba en realidad. —¿Permanecerás algún tiempo en el pueblo?

La aprendiz continuó limpiando la armadura, trazando círculos pequeños con la tela. —Probablemente no, es decisión de ella. Un par de días a lo más. —La joven puso cara de pocos amigos ante una mancha difícil y dejó caer un par de gotas de agua adicionales sobre la tela. Luego presionó con cuidado el trapo húmedo contra el metal. Al cabo de un momento pareció satisfecha y prosiguió.

—Escuché que anda en busca de Ureh, ¿es una cazadora de tesoros? Hay muchos de ellos por estos rumbos. —Reiter se recargó en la silla, encorvándose ligeramente. Buscaba proyectar confianza y tranquilidad.

La muchacha consideró sus palabras. —¿Cazadora de tesoros? Nunca lo pensé así. Vaya, el término queda casi como anillo al dedo. —Después de echarle una última mirada a Reiter, y a su postura, sacudió la cabeza y siguió trabajando.

Soy Reiter, ¿cómo te llamas? —Ella sonrió, pero no dijo nada. Él aguardó y el silencio se extendió. Bueno. Saber su nombre no era tan importante. —Si tu maestra no es una paladín, ¿qué es?

—Una guerrera divina.

—Claro, una guerrera divina, lo sabía. —Dijo Reiter. Ella le miró de reojo y al muchacho se le escapó una sonrisa. La aprendiz parecía saber que mentía.

Otro período de silencio. Reiter estaba inquieto.

Sin embargo, la muchacha hablaba con él. Ese era el primer paso, ¿verdad?

Hace un mes, un grupo de guardias se hospedó en la posada. Los hombres pasaron buena parte del tiempo consumiendo el alcohol más barato que pudieran encontrar. Reiter disfrutó de su compañía. Uno de ellos, un hombre sudoroso de tez morena, con túnica manchada y rosácea en su cuero cabelludo decreciente, decidió enseñarle a Reiter las “vías del mundo”. Casi toda la conversación giró en torno a convencer a cualquier “lindura” —palabras del guardia— de pasar la noche contigo.

Haz que una muchacha hable contigo y tiene interés. Hazle sonreír y vas por buen camino, dijo el guardia en recios susurros potenciados por el alcohol. Su aliento empalagoso pareció instalarse en la nariz de Reiter. Que piense que tienes mucho en común con ella, no permitas que la sonrisa se desvanezca de su rostro. Si deja de sonreír, cambia el tema, halágala. A Reiter le sorprendió que pudiera ser tan sencillo.

—¿Cómo te llamas? —Reiter le preguntó de nuevo a la aprendiz. No hubo respuesta. —¿Siempre te toca hacer la limpieza? Mi padre me obliga a limpiar todo el tiempo. —Nada. Reiter siguió hablando. —Siempre dice que necesitamos tener la posada más pulcra en el Reposo de Caldeum.

—Interesante. —La joven raspó otra mancha problemática con la uña y luego retiró la mano murmurando entre dientes, como si le hubiera quemado. La aprendiz frotó esa mancha con una parte seca de la tela.

Reiter la miró de cerca y cambió el tema, pues ya no sonreía. —Si has estado caminando por largo tiempo, quizá te vendría bien un baño caliente. Tenemos varias tinas en la parte posterior y, si gustas, puedo calentar agua.

—Tal vez más tarde —respondió ella.

—No sería problema, de hecho no me importaría acompañarte —dijo casualmente.

La aprendiz soltó la tela y le clavó la mirada a Reiter. —¿Perdón?

Reiter sintió calor en el rostro y buscó desesperadamente una explicación. —¡Oh! ¡Lo siento! Olvidé que algunas personas consideran eso inapropiado. No es de extrañar en el desierto. Alguien más puede ayudarte a sacar la arena de los sitios que no puedes alcanzar. —Sus palabras sólo empeoraron la situación y el silencio se extendió una vez más.

—Mira —Reiter tomó la tela de súbito—, déjame ayudarte. —Con presteza sumergió el trapo en el agua. Su mano rozó el cabello de la aprendiz y el muchacho sintió un escalofrío recorrer su brazo. Sin dudarlo, colocó la tela sobre la armadura y comenzó a frotar. La aprendiz dejó escapar un grito ahogado. —Espera…

Cuando la tela mojada entró en contacto con la mancha, todo pareció ocurrir en un instante. La aprendiz gritó, el tazón de agua se derramó y la mesa bajo el tazón se volcó. Humo inmundo, que hedía como azufre y sangre podrida, permeó el ambiente. Reiter gritó y cayó de la silla. La aprendiz tomó la coraza y la lanzó por la puerta. La pieza metálica voló por encima del balcón hacia la tormenta de arena.

Antes de desplomarse, Reiter vio como una bola de fuego verde se expandió y se desvaneció sobre la coraza. Después de desplomarse, la mesa le cayó encima, inmovilizándole y sacándole el aire.

Gritando y llorando, Reiter luchó por quitarse la mesa de encima. Fuertes brazos retiraron el peso que le oprimía el pecho y Anajinn, la guerrera divina, le observó preocupada.

El padre de Reiter entró al área común con los ojos muy abiertos. —¿Qué ocurrió?

—Excelente pregunta —respondió Anajinn. Los ojos de la guerrera divina se posaron en Reiter, luego en la coraza que se encontraba afuera en medio de la tormenta y finalmente en su aprendiz. A ésta última la miró con severidad.

Para sorpresa de todos, la aprendiz se echó a reír. Sollozos de regocijo puro sacudían su cuerpo y ésta tuvo que tomar asiento para no colapsarse. El padre de Reiter parecía indignado. —En nombre de Akarat, ¿qué le ocurrió a mi hijo?

La aprendiz se limpió las lágrimas y dijo exactamente lo que Reiter esperaba que no dijera. —Ofreció bañarse conmigo y luego intentó ayudarme a limpiar la armadura a modo de disculpa. —Más carcajadas llenaron el área común. —Lo siento, Anajinn. Nunca imaginé que echaría agua sobre sangre de demonio seca.

—¿Él hizo qué? —Los ojos del padre de Reiter iban y venían entre su hijo y Anajinn. Reiter quería que se lo tragara la tierra. —¿Qué cosa seca?

Anajinn aún tenía la vista clavada en su aprendiz. —¿En verdad? —La joven contuvo la risa lo suficiente como para asentir. —¿Cuánta? —La aprendiz hizo un gesto con los dedos, indicando el tamaño de una pulga grande. —Bueno —suspiró Anajinn aliviada—, entonces no ocurrió nada grave.

El padre de Reiter parecía estar atrapado entre preocupación, ira y miedo. —¿Grave? ¿Qué hizo mi hijo?

—Nada terrible al parecer —dijo Anajinn—. ¿Ha habido desapariciones entre las caravanas que van rumbo a Caldeum? ¿Sí? Bueno, considero que no tendrán problemas en los años venideros. Justo antes de que se soltara la tormenta de arena encontramos un… nido. Esas criaturas en particular no gustan del agua; por razones obvias, el desierto se convirtió en un hogar feliz. Con el ceño fruncido, Anajinn tomó otra pieza de su armadura, un quijote, y lo examinó cuidadosamente. —Pensé que habíamos limpiado todo aquello que pudiera ser peligroso, pero es difícil ser minuciosa cuando la arena te ciega por tres días seguidos. —Ella inclinó la cabeza en dirección al padre de Reiter. —Humildemente le imploro perdón. Aunque el peligro fue mínimo, el descuido fue mío.

Reiter vio como se movía la boca de su padre sin emitir sonido alguno. Finalmente se aclaró la garganta. —Ya… veo, no hay problema. También pido disculpas por el comportamiento de mi hijo —dijo mientras miraba a Reiter con severidad.

—Oh, las disculpas no son necesarias —respondió Anajinn de inmediato—, si mi aprendiz le está echando el ojo a su hijo, por mí está bien.

La aprendiz suspiró. —Eso no…

—No hay necesidad de explicaciones —interrumpió Anajinn con una sonrisa—. Amor entre jóvenes, algo tan hermoso. Dos flores que alcanzan la plenitud en primavera; rosas del desierto y demás. Como sabes, no hay nada en el juramento del guerrero divino que te impida…

—¿Mi juramento? No —gruñó la aprendiz—, ¿mi buen gusto? Sí.

La tremenda carcajada de su padre orilló a Reiter a ocultarse en el almacén principal de la posada. El muchacho se dio a la tarea de evadir a ambas mujeres durante el resto de su estadía, la cual duró alrededor de una semana.

En su mayoría, Reiter tuvo bastante éxito. Sin embargo, en cierto punto, la aprendiz lo buscó e intentó disculparse por su último comentario.

—El sentido del humor de Anajinn se me está pegando. Podemos ser algo… cortantes una con la otra de cuando en cuando, mas no es excusa. Siento haber dicho lo que dije.

Reiter murmuró e hizo un ademán con la mano. Tanto ella como su maestra parecían estar locas. Sangre de demonio. El muchacho negó con la cabeza. Eso debió ser una mentira. Pensar lo contrario no era razonable.

—Mujer extraña —comentó el padre de Reiter una vez que se fueron—. Te aseguro que tiene algo. Se hace llamar guerrera divina y viene de los pantanos del este. Historia interesante. Vino al desierto en busca de algo relacionado con su religión, creo. Ey, debí preguntar. Algo fascinante.

Supongo que sí. —Dijo Reiter.

El Fin del Camino

Guerrero divino

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